Me envía Urumo este Prólogo a La cena de los notables, de Constantino Bértolo, que ha recogido del blog Librosfera y que le agradezco de corazón, no sólo por el rato de solaz que me ha brindado con ello, sino por la posibilidad de poder, a mi vez, traerlo hasta este club y ponerlo a vuestra disposición.
Me llama la atención este escrito ya desde su mismo principio cuando asegura que Cabe pensar que la escritura nació ligada al poder, aunque nos guste pensar que fue creada para dar honra, voz y cobijo a la memoria. Si así fuera, y no pretende mi frase condicional sugerir duda alguna al respecto, sino tan sólo fijar una cláusula que sustente mi opinión; si así fuera, decía, sería paradójico el hecho final de que hoy no hay ser en este mundo (al menos en nuestro mundo occidental) que no tenga acceso ilimitado a ese poder, pues, si bien nacida a su sombra, poder es en sí mismo la lectura.
¿Y cómo, entonces, ocurrió? ¿Cómo le fue permitido a la plebe el acceso? ¿Cómo pudieron las élites perder tal señorío sobre las letras, haciendo de ellas común actividad a los comunes mortales? ¿De qué manera acabó por subvertirse tan ventajoso estado? Cabe suponer -le tomo prestada la expresión al prologuista-, que porque hay movimientos indómitos cuya impetuosidad resulta incontenible incluso para el propio poder. Tras siglos de oscurantismo en los que sólo unos elegidos tuvieron acceso a ella, se extendió, como el irrefrenable alud al que nada ni nadie puede tirar de las riendas y detener, este encantador y casi ilimitado placer que es la lectura.
Con él os dejo.
Con él os dejo.